Desde que somos niños, se nos educa para obedecer, repetir y encajar, no para cuestionar ni expresar nuestra verdadera esencia. Se nos imponen normas, creencias y patrones que moldean nuestra manera de ver el mundo, haciéndonos funcionales a una maquinaria que no deja espacio para la individualidad ni para el alma.

Todo está cuidadosamente diseñado: la forma en que vestimos, lo que consumimos, cómo pensamos. Los gobiernos, las corporaciones y los medios dictan nuestras preferencias y prioridades, y la mayoría sigue el guion sin darse cuenta. Pero algo en el interior empieza a despertar.